El preso político a diferencia de
cualquier otro preso, se distingue por la tortura a la que es
sometido, torturas físicas, psicológicas y de toda índole.
Además, sus familiares quienes
afanosamente los buscan (la mayoria de las veces sin éxito), son torturados por la
incertidumbre y por el miedo a ser capturados ellos también.
Cuando la PFP tomó por asalto el
zócalo de la ciudad, además, de ratas, mierda (recuerdese que no
tenían sanitarios), prostitución y reporteros vendidos, trajeron
consigo el despertar de mis anhelos de venganza, de mis ruines deseos
por torturarlos.
La pregunta es ¿Cómo torturas a los
miles de puercos asentados en un espacio tan grande?
Yo tenía la respuesta, y me llenaba de
alegría en mis adentros, todo ese despliegue de crueldad malsana.
Sin embargo, debo admitir, que siempre me dio mucha vergüenza
explicarle a los demás en que consistía la tortura perfecta.
La cosa era simple, primero, había que
conseguir muchas cazuelas dispuestas a ser perdidas, o rotas en dado
caso.
Después necesitábamos, carbón,
anafres o alguna forma de prender un pequeño fuego donde se
colocarían las cazuelas.
La parte complicada estaba, en que
necesitábamos algunos ventiladores para asegurar que el vapor
exhalado por las cazuelas una vez calientes, se dirigiera hacia donde
nosotros queriamos, es decir hacia las narices de los policias
muertos de hambre.
Todo esto se iba a colocar
estratégicamente en todas las calles que convergen al zócalo, a una
distancia no mayor a 100 metros de la línea de las barricadas
policiales.
¡Ah! se me olvidaba, las cazuelas
debían contener además de alguna bonita y escatológica obra, al
menos 100 gramos del más aromático, suculento e irresistible mole Oaxaqueño.
Se imaginan ustedes lo que significa
pasar horas bajo el sol, sin comer o a medio comer, pero siendo
atacado por el delicioso y penetrante aroma de un mole Oaxaqueño. Se
imaginan el sufriemiento de saber que a unos pocos pasos puedes
encontrar una cazuela de mole, que jamás podras tocar. Estoy seguro
de que más de un policía nos hubiese pedido perdón.
Lástima, mi tortura nunca la pude
poner a prueba.
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